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lunes, 23 de febrero de 2015

Grecia o cómo vivir para siempre del contribuyente europeo

Imagen: lamiradacritica.com
El viernes se llegó a un acuerdo tras el tercer Eurogrupo desde que Syriza ganó las elecciones en Grecia, y con él se decidió extender por cuatro meses más el programa de rescate griego que expira el 28 de febrero. El nuevo texto también fue acordado con las tres instituciones que supervisan dicho rescate: la Comisión Europea, el Banco Central Europeo (BCE) y el Fondo Monetario Internacional (FMI) conocidos hasta ahora como Troika.

Mientras que los funcionarios griegos confiaban en que aquella les aprobara hoy el paquete de reformas que propondrán, un mal paso dieron al decir que será hasta mañana cuando las presenten. Por eso los alemanes tampoco están optimistas. Según el periódico Handelsblatt, Hans Michelbach, un experto financiero miembro de la Unión Social Cristiana –de la coalición gobernante–, es “inconcebible que el parlamento alemán pueda tomar una decisión final sobre el programa puente para Grecia antes de que termine febrero.” Como quiera, si las “Instituciones” –como ahora llamarán eufemísticamente a la Troika, dieran el “no”, se convocaría de inmediato a una reunión de emergencia del Eurogrupo.

Como es obvio, las propuestas griegas de reforma que prometerán implementar, no generan mucha confianza. Otra vez, han dicho que quieren pagar sus deudas, pero se sabe que en realidad no están dispuestos a cumplir... y no pueden hacerlo. El gobierno de izquierda radical que encabeza Syriza, al cual muchos celebraban como si su llegada al gobierno fuera el principio de una bonanza económica, está comenzando a quedar mal con sus propios electores. Recordemos que Alexis Tsipras, primer ministro griego, llegó al poder gracias a la campaña en la que abanderó propuestas como: abandonar la austeridad gubernamental para “estimular” la economía, aumentar los empleados públicos, aumentar el salario mínimo al nivel anterior a la crisis, nacionalizar organismos y empresas privatizados, entre otras.

Este incumplimiento –evidente después de los acuerdos del viernes, ha comenzado a generar algunas divisiones al interior de Syriza. Uno de sus eurodiputados más prominentes, Manolis Glezos, dijo que “El cambio de nombre de la 'troika' a 'instituciones', el del 'memorando' por 'acuerdo' y el de 'prestamistas' por 'socios' no cambia la realidad anterior”.

Como queda claro, Tsipras tiene dos opciones: cumplir su palabra ante el electorado a costa de abandonar el euro y arruinar más al país, o quedar mal con los votantes para permanecer en la moneda única. Alemania lo acorraló por una sencilla razón: el que paga, manda. Y es que por más deseos que tenga, la realidad es que dio su brazo a torcer porque resulta imposible terminar con la austeridad si lo que no se tiene, es dinero para gastar. Por eso su demanda se puede resumir en tres cosas: euros, euros y más euros. La opción de abandonar esta divisa, pese a lo atractivo que era para quienes votaron por Syriza, implicaría regresar al dracma, una moneda cuyo valor sería ínfimo y que cada segundo se devaluaría aún más debido a la hiperinflación. El plan pues para acabar con la austeridad, nació muerto.

Del lado alemán, aunque sin admitirlo, están más dispuestos a seguir dando dinero a Grecia a cambio de más promesas de cambio y pago, que a permitir que una salida del euro que siente un precedente para otras naciones mucho más grandes e importantes como España. Así que el país helénico representa un enorme riesgo sistémico, tan grande, que es capaz de doblar a Alemania. Esta, en contraataque, hará firmar a Tsipras los compromisos que espera de él, aunque ya se sabe que en el futuro, la palabra griega vale un centavo. Todos se hacen los tontos. Lo que quieren los griegos es seguir viviendo de los contribuyentes europeos para siempre, pues sin más rescate, Atenas no puede pagar.

De hecho, Grecia enfrentará de marzo a agosto compromisos de pago por 11 mil millones de euros que no tiene, menos aún cuando sus ingresos se han desplomado. De manera que el gobierno de Tsipras tiene que encontrar la manera de mantener un superávit primario para que sus acreedores hagan como que le creen. Atenas dice que logrará esto combatiendo el lavado de dinero, la evasión fiscal y con recortes en el servicio público. Como quiera, transcurrido el plazo de los cuatro meses, será inevitable que se requiera un tercer rescate financiero para Grecia, que el Financial Times estima en cuando menos 37.8 mil millones de euros para este año. ¿Qué dirá entonces Tsipras para justificar una petición o aceptación de este tipo cuando lo que lo llevó al poder fue su lucha por acabar con las exigencias del segundo rescate?


Como debe quedarnos claro, el euro para ser sostenible necesita que los estados miembros tengan disciplina fiscal y no que se sigan acumulando deudas impagables, como la griega. Esta asciende a unos 323 mil millones de euros que por donde se vea, no podría cubrir jamás. Con esa claridad, lo mejor para la eurozona y los propios griegos sería que aceptaran esta realidad. Tarde o temprano el contribuyente europeo dirá “no más” y habrá dos alternativas: patear a Grecia fuera del euro con las consecuencias aludidas para la eurozona, o perdonarle la mayor parte de su deuda como debió ocurrir desde un inicio. Esto último es lo más probable. Los propios miembros de la zona euro –tenedores del 60% de sus pasivos, serían quienes asumirían la mayor parte de las pérdidas. Nadie niega que habría una crisis enorme, pero al menos, el precedente y la lección de que no se debe echar dinero bueno al malo, servirían de ejemplo y se podría comenzar a hablar por fin de una verdadera salida. Mientras esto no ocurra, cualquier supuesta solución no es más que pura fantasía.

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